martes, 26 de septiembre de 2017

UN MINUTO DE SILENCIO

El aforo del comedor del gran hotel estaba completo, abarrotado de comensales de todas las nacionalidades. Uno de ellos, un señor inglés que cada mañana se abandonaba a la glotonería, se atragantó y empezó a toser compulsivamente. La mesa de al lado, como si de un virus contagioso se tratara, empezó también a hacerlo. Y le siguió un dominó de mesas. Sofocantes golpes de tos perruna avanzaron por el comedor como una plaga, afectando a todo el personal: camareros, cocineros, encargados de buffet, ayudantes de metre e incluso al propio metre, que no se explicaba esa inesperada convulsión. El director, alertado por la ruidosa y tremenda carraspera producida al unísono, entró en la sala para comprobar qué estaba pasando. Sus ojos se inyectaron en sangre, parecía, también, afectado por la extraña epidemia a la que todos estaban sometidos. Pero él no tosió, pudo reprimir el impulso de ese incomprensible ataque de tos ferina y, en su lugar, explotó con un potente estornudo. El comedor enmudeció de golpe. Hubo un minuto de silencio. Hasta que una señora francesa cercana al director inició una nueva trasmisión al estornudar compulsivamente.   

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