viernes, 1 de septiembre de 2017

EL HOMBRE QUE NO ESTABA

Una tarde llamaron a la puerta. Primero al timbre y luego aporreando la puerta con los nudillos. Mi padre pegó el ojo a la mirilla.
–¿Quién es, papá? –le pregunté exaltado.
–Nadie hijo. No te preocupes. Sigue con tus cosas.
–¿Cómo que nadie? Han golpeado con insistencia.
–Tranquilo, no te inquietes, sería complicado explicártelo.
–Pero… ¿Quién es? ¿Qué pasa?
–Ya te he dicho que nada. A ver… Aparentemente he visto la silueta de un señor; una sombra densa y vaporosa. Nada por lo que preocuparse. No tengas miedo.
–¿Ha llamado un fantasma?
–No hijo, los fantasmas no existen.
–Entonces, ¿qué demonios ocurre, papá?
–¡Atiende! La voz de los sordomudos –sin tenerla– no es silenciosa, ¿verdad? Es, más bien, desgarradora y chillona como una herida que grita… Exactamente igual de ruidosa y escandalosa que la llamada a la puerta del hombre que no estaba. ¿Te ha quedado claro?

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