martes, 28 de febrero de 2017

EL CUCHITRIL

Cada cual puede fabricar su espacio de detritus. Yo tengo una habitación que he ido llenando de recortes de revistas, fotos, posters, postales, anotaciones, recibos, documentos… Todo aquello acumulable que puede engancharse en las paredes y el techo con una chincheta. También he ido embutiéndola de trastos y objetos inservibles, restos de comida, botellas vacías y marcas biliosas producidas durante las noches virulentas. Es un santuario de desperdicios orgánicos, un espacio donde fusionarse con esa esencia, y ya está a un nivel tan coherente, impenetrable y compacto que cuando se consigue uno se da cuenta de que no tiene límites.

lunes, 27 de febrero de 2017

EL SORDO MUDO

Ahora, en serio: ¿tú no puedes quitarte ese acento que tienes? Yo he podido y ahora hablo normal, como todos, ya me entiendes. Cuando vine me sentía un bicho raro entre tantos con la misma musicalidad. Las vocales las pronuncian sonoras, abiertas, desbocadas, abriendo la boca y casi con la lengua fuera. Para nosotros es un gran esfuerzo, requiere de mucha práctica, pero si lo consigues te aseguro que te verán con otros ojos y no te considerarán un intruso. ¡Ponle empeño! Otra opción si ves que no puedes, es expresarte con las manos a través del lenguaje de signos. 

jueves, 23 de febrero de 2017

EL MONSTRUO

Tanta felicidad lo volvió grotesco. Y esa verdad, tan plena y pura, hizo que su rostro evolucionara hacia una fealdad elaborada, complicada. Sus ojos podridos eran dos negruras que parpadeaban una y otra vez, y veía fotogramas, secuencias intermitentes de paisajes que cambiaban mientras se tambaleaba por la calle. Su respiración arenosa, los cuajarones que goteaban de su esperpéntico cuerpo y el roznido sibilante de sus afilados colmillos eran los signos de un ser felizmente involucionado, utópico. Su violencia era solo de pensamiento, incruenta, metafórica, y, como muchos de los mortales, tenía dudas entre hacer el bien o el mal.

lunes, 20 de febrero de 2017

NO ESTAR EN PAZ

El señor que busca su sosiego lleva un jersey de colores imposibles. Sus ojos son de buena persona, algo tristones, de cejas angulosas que proyectan ternura. Está con amigos, escuchando una conversación de la cual no sabe mucho. Más bien nada. Pero disimula. Asiente con la cabeza como si tuviera alguna opinión al respecto, y, en algún momento, dice algo. «Mejor haberme callado», piensa. Se siente mal de ser como es, de su fragilidad, de su ignorancia, de ese desasosiego que no entiende. Pero sabe algo: el miedo que lo acecha no es malo, solo un aviso para el alma.

viernes, 17 de febrero de 2017

INSEGURIDAD

Yo soy yo porque me recuerdo, me reconozco, tengo una historia que me avala, un pasado. Mi entorno me asegura repetidamente que existo y que mi presencia es evidente. Sin embargo, no acabo de creerlo. Ahora estoy en medio de una plaza llena de gente, encima de un pedestal, el de una estatua de bronce, y, para salir de dudas, grito escandalosamente. Diría que mi voz se proyecta como el rugido de un león salvaje. Y, sí, la gente se alerta, me mira, me señala, e incluso algunos me dicen de todo. Pero aun  así, no las tengo todas conmigo.

martes, 14 de febrero de 2017

SU PRIMER WHATSAPP

Me gusta observar como mi madre escribe un mensajito por el móvil. Se lo he dejado porque quiere enviarle un whatsApp a mi hermana. Se acomoda en su viejo butacón de realizar labores y lo redacta poco a poco, con un dedo, poniendo los cinco sentidos. Seguramente acabará lleno de faltas de ortografía, de esas tan escandalosas que dañan la vista. Pero no importa. Viéndola, ahí, toda puesta, se me inundan las pupilas y el alma. Me derrito. Porque todo en ella me provoca ternura; la añoro en vida y no puedo evitar que me palpite la nostalgia del ahora.

viernes, 10 de febrero de 2017

EL PASEANTE

    Ahora ya no me calzo lingotazos de cazalla para salir a la calle. Salgo antes de que venga la tentación y camino rápido. Miro la acera, las baldosas, su dibujo geométrico, y me pierdo en ese laberinto de líneas y surcos que componen el suelo que piso. En una ciudad estaría bien plantearse un asfaltado de las calles en diferentes colores para diferenciar las clases sociales; todo está demasiado grisáceo.
     También levanto la vista del pavimento y miro los escaparates, los letreros de los establecimientos, los paneles informativos, las señales… Leo todo lo que puede leerse, observo los colores, las formas; lo escaneo todo. Al final ya no necesito ver, me lo sé todo de memoria y me atrevo a cerrar los ojos durante un rato para guiarme a través del oído.  
     Percibo la voz de los perros. Algunos la tienen suave y atiplada; la de los gatos es distinta, la cambian dependiendo de la calle o el barrio; y de esas que cuchichean no me fio nada. Aunque la peor de todas es esta voz que me habla. «Mira las baldosas», vuelve a insistirme. Las miro. «Observa sus manchitas negras. ¿No ves nada?». Las observo, y llego a organizarlas como si fueran regiones, algo parecido a un atlas humano. Entonces, por un momento, la veo, ahí estampada, suscitándome el amor por medio de su sonrisa. Pero la voz irrumpe otra vez y me dice que vuelva a leer los letreros de la calle.

jueves, 2 de febrero de 2017

UN ARTISTA

Entre estas cuatro paredes –rectifico, seis, hay techo y suelo, gracias a Dios–, doy rienda suelta a mi imaginación. Quizás demasiado. La barba me ha crecido y no me he dado ni cuenta. Seguramente huelo mal, solo me lamo un poco por las mañanas. ¿Por qué debemos lavarlo todo con agua? Prefiero humedecerme con el rencor y el desprecio de mi saliva, y crear una versión de mí mismo nunca vista. Expresar alegría se ha vuelto imposible, igual que mezclar estos colores de mierda. Odio la música de fondo que me pongo, aunque me alimenta; me hace superior, cruel, lívido de furia. Y remueve en mí el vicio; ese mismo que tuve con las máquinas tragaperras.