¿Quién puede matar a un niño, aunque sea un niño
zombi?
El
pequeño cadáver viviente, que entró en mi casa mientras me preparaba la comida,
era un chavalín de cabellos rubicundos, harapiento, todo él putrefacto, de
rostro carcomido y pestilente. Un eructo suyo le llevó a otros más sonoros, y
la cadena de gases de su estómago podrido me llevó a la náusea, a descuidar la
cocción del arroz con verduras que me cocinaba. No le dejé que se acercara.
Abrí la ventana y me ayudé de la escoba para ahuyentarlo, para lanzarlo por
ella. Así le perdoné la vida.
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