jueves, 21 de abril de 2016

DOS BUENAS RAZONES

Para gustos, colores; y Fulgencio los tenía todos. Era variopinto, divertido, con el don de armar un guirigay y de tener siempre metida la risa en las pupilas; de carota blanca y ancha como una luna llena, y, según se viera, su larga melena estaba salpicada de hilillos de plata que resplandecían. Era peludo como un oso, tripudo, y estaba orgulloso de sus pechos, pues eran la única parte de su cuerpo que no tenía vello. Eran turgentes, definidos, bien hechos, más que los de algunas mujeres, del tamaño de una naranja, e ideales para que las manos los cubrieran.

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