miércoles, 2 de marzo de 2016

MORIR PERDIDO

Desde que la muerte empezó a correrle por los huesos como un caballo desbocado, Julián dormía en un ataúd dispuesto en su salón. Cada noche, se metía en su interior acolchado y se decía: «No quiero morir perdido, no quiero morir perdido…». Ese era su gran temor. Su soledad le hizo sentirse extraviado, y deseaba aceptar la muerte cuanto antes; convivir con ella; y no al final, porque ya sería tarde. Purgaba sus culpas; y entendió que debía ser más humilde, quitarse importancia; ser uno más, sencillo, insignificante; y asumir que, aunque su corazón latiera, ya nadie vendría a salvarle.   

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