viernes, 11 de marzo de 2016

EL CAFÉ

El café me pierde. Cada mañana, al removerlo con la cucharilla, nace un viento cimbreante, una manga de aromas que barré el cielo y origina nerviosos estallidos en mis pupilas. El confortable maremoto derrumba mis paredes, abre los abismos de mi piel y hace rodar las hirientes malezas de mi pensamiento al fondo de ese tifón infinito. Luego, cuando cesa la marea y la negrura baña plácida los límites de la porcelana, me mantengo en el limbo, esperando que la mandíbula del sabor muerda suave mi nuca, y dibuje con gracia un elegante bigote de espuma bajo mi nariz aguileña.  

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