domingo, 14 de febrero de 2016

EFECTOS SECUNDARIOS

     En un momento, viendo el telediario de la noche, me zampé todo el bote de banderillas; una después de otra, como quien come pipas.
     Su sabor avinagrado torció mi boca y se enganchó en mi gaznate como un punzante narcótico; me elevó a las nubes. Un júbilo loco me chispeó la médula, los costados, y no pude parar de reír, de llorar…Pasaba de la carcajada más impetuosa a la pena más triste. Sentía como feroces hormigas me mordían la lengua sobre los temblores de una estrella lejana, junto a moscas gigantes que surfeaban en un mar de cristales. Un sol incandescente me calentaba la espalda y me fundía como una loncha de queso dispuesta sobre un bocata de lomo hecho a la plancha. ¡Uff, qué apetito! Oí una voz; un murmullo lascivo que me comía la oreja: «Abre los ojos atontado», me gritaba, «¿cómo no te fijas en los pechos de la guapa presentadora?». Los abrí; espabilándome poco a poco ante la exuberancia voluptuosa de aquella diosa que me hablaba. Me decía: ¡cómeme!, ¡cómeme! Y sí, estaba hambriento, con ganas de algo dulce; de fruta; de jugosas peras, de naranjas, de melones…de lo que fuera, de algo que me saciara.  

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