lunes, 11 de enero de 2016

UN TRABAJO DE MIERDA

Establecer realidades imposibles era un pasatiempo muy divertido cuando te reunías con los amigos. Como ninguno de nosotros tenía trabajo, nos gustaba centrar las disparatadas fantasías en el terreno económico. Imaginar era gratis. La última divagación germinó era una propuesta muy estrafalaria y bastante escatológica. Consistía en quién de nosotros aceptaría un sueldo fijo de cien euros diarios durante toda la vida con la única condición de que, al levantarnos por la mañana, recibiéramos un buen tartazo de excrementos semiblandos en la cara; con la posibilidad de ducharse después. Yo lo tenía claro, pero la mayoría aún se lo pensaba. 

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