lunes, 28 de diciembre de 2015

LA HUERTA

El artista instruido siempre lleva consigo algún apero de labranza por si aparecen las obsesiones. Cuando lo hacen, cava surcos y las entierra sin atender a su naturaleza perniciosa; las riega y espera a que broten en algo mejor. Si no lo hacen, si crecen torcidas, las muele a palos con su azada y utiliza sus desechos como abono para otras creaciones. De esta manera, reciclando sus temores, su cosecha de delirios no deja espacio a las malas hierbas, y lo que antes enraizaba en un estado vano y depresivo ahora convierten al artista en la alegría de la huerta.

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