miércoles, 30 de septiembre de 2015

RÉMORAS

Es costumbre que la Plaza Mayor se llene de rémoras. Diariamente cientos de palomas se amontonan como ratas por las migajas y sobrantes que la gente les ofrece. Debido a eso –y por una repulsión superior a mí– soy incapaz de atravesar esa zona. Pero hoy, al salir de la oficina, todo se ha paralizado repentinamente durante horas y, sin dar crédito, he podido comprobar como esas aves inmundas de picoteo trastornado se han disecado como trofeos inertes sobre el pavimento; y en esa incomprensible quietud, me he abierto paso a puntapiés para cruzar por primera vez esa cochambrosa explanada.

martes, 22 de septiembre de 2015

EN PENUMBRA

Es posible vivir permanentemente en penumbra. Yo lo hago. Me levanto temprano y empiezo la tarea de limpiar la mansión desde el zaguán. A media mañana descanso un poco y, en algún punto de la casa, me encuentro con alguien para almorzar y conversar sobre el único e inquietante trocito de cielo azul que se divisa desde las ventanas. Por la noche, me entrego a la reparadora labor de tejer tricotas, chalecos, gorros, bufandas… La cuestión es mover esas largas agujas metálicas para que las horas trascurran en blanco y amanezca en la negrura de un nuevo y aciago día.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

RESIGNACIÓN

     
     Cuando me postraron en el interior de aquel ataúd acolchado y me envolvieron en una preciosa mortaja de seda, supe que mi existencia llegaba a su fin. Para ellos –mis familiares y los del servicio funerario– ya estaba muerto. Sin embargo, yo no me sentía cadáver. Por increíble que fuera, notaba los latidos (casi imperceptibles) de mi corazón y una reveladora conciencia que me erizaba la planta de los pies. Cerraron la tapa, colocaron el féretro sobre una camilla y me trasladaron por el pavimento adoquinado del cementerio hasta el nicho donde se me daría sepultura.
   En el pueblo se tenía la costumbre de contratar a jóvenes peones de la construcción para que demostraran su destreza levantando una pequeña pared de ladrillos que tapiara, en pocos minutos, el estrecho reducto donde permanecería enterrado el fallecido. Me imaginaba esa situación claustrofóbica y un estremecimiento hacía temblar mi aletargado cuerpo, impulsándolo a querer levantarse, a sorprenderles con mi vida. Pero al oír sus lloros, la aflicción de los presentes y las sentidas oraciones del párroco, no me pareció buena idea deshacer nada. Así que me resigné a morir, escuchando el bonito epitafio que mi esposa había elegido.

jueves, 3 de septiembre de 2015

CUCURUCHO

Mientras mi mano izquierda se recogía en un puño entreabierto para que mi novio apoyara su barbilla sobre el hueco que se formaba, la derecha acariciaba su cogote para dirigir cariñosamente su cabezota hacia esa cavidad. Era un ridículo juego que siempre le hacía. Lo manejaba a mi antojo para simular un cucurucho humano, y le chupaba la calva y sus mejillas, como si se tratara de una bola de helado. Esta vez, verlo ahí apuntalado, con su carita de pánfilo sumiso, me dio tanta rabia que lo agarré fuerte del mentón y lo abofeteé hasta dejarlo como un tomate. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

LA DESAPARICIÓN

Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas. Así era cómo uno empezaba a extraviar su identidad; sintiendo las embestidas del olvido. El ataque definitivo vino justo al tirar la basura. Se vio perdido, sin referencias, atrapado en los recovecos de su pensamiento y respirando aquel hedor nauseabundo que acabó remendando el laberinto de su confusa memoria. Una maraña de conceptos lo dejó ido en un lapsus eterno, ovillado en la descomposición e incapaz de reaccionar cuando alguien que pasaba por allí cerró la tapa del container con él dentro.



Relato con el que he participado en la IX temporada de Relatos en Cadena de la Ser.