domingo, 1 de febrero de 2015

ATÍPICA

No éramos una pareja como tantas otras. Las tardes que decidíamos dar un paseo por la rambla del pueblo, yo caminaba delante de él a paso ligero y él permanecía detrás de mí, siguiéndome a varios palmos, como un guardaespaldas. No nos cogíamos de la mano porque no me gustaba dar muestras de cariño en público, me daba vergüenza. Y si durante esa salida me detenía a hablar con alguien, él también lo hacía a mi espalda, sumiso y entregado, esperando cabizbajo a que reiniciara la marcha. De esa manera nadie podía pensar o decir que éramos la típica pareja.

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